Algo propio.

Volvió a sangrar, ¿cierto? Aquél raspón que te hiciste jugando hace ya varios años.
Se abrió de nuevo, ¿no? El rasguño que te hizo tu gato la semana pasada.
Te sigue ardiendo, ¿verdad? El golpe que te diste con el mueble de la cocina esta mañana.

En efecto, muchas heridas aún duelen, sangran, se abren. Aunque, realmente, ¿alguna vez cerraron?
Ya no se trata de dejar de tocar para que deje de doler, o de ver tus heridas para recordarte lo débil que fuiste. A veces tienes que poner un remedio; de esos que desde el fondo, sanan.

Aún no sé de esos, pues vaya que soy un fracaso. No sé dejar pasar u oprimir para que sanen más rápido.

En cambio, tengo mis curitas de resguardo; esos que por muy grande que sea la herida, inician sanando el dolor momentànamente hasta que desaparece por completo.
Que un día de mierda, se vuelve el día perfecto.

Les tengo una fe impresionante, más de la que le tengo a cualquier cosa. Pues sanan, me arreglan, me complementan; y en su mayoría, sin merecerlo. 

Me resulta difícil encontar otros tan buenos, y a decir verdad, dudo que los haya.

He entendido que tal vez mis heridas no esten cerradas; y que de vez en vez, alguna que otra se abra para recordarme algo. 
No te pido que cierres las tuyas, pero te pido que busques curitas, de los efectivos. Cuyo poder curativo es revivirte.

Y si no los tienes, sé tu propio curita. Porque no hay persona que te conozca, te arregle y te salve mejor que tú.





Dedicatoria especial.
Palabras con café.


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